En diversas ocasiones he escrito sobre “educación y valores” desde la preocupación o la inquietud por el rol de la escuela en el tema, por el papel de los profesionales de la educación o por lo que legítimamente puede esperarse de las asociaciones infantiles o juveniles en este campo. La preocupación por este tema es compartida por los educadores, sean estos presentes en el sector de la educación formal o reglada o en el del tiempo libre. La general receptividad e interés por los valores es un síntoma positivo de la situación y un indicador más de que algo se mueve a nuestro alrededor. Otra cosa es que estemos de acuerdo o no en la formulación precisa de los interrogantes fundamentales y, menos aún, en las respuestas que les damos. El nuevo punto de partida es pluralista y obliga a la búsqueda de un cierto consenso de valores mínimos comunes a los agentes sociales que actúan en el ámbito global de la educación.
En esta colaboración quisiera plantear un punto de partida para un debate que creo necesario e imprescindible. Necesario para evitar la repetición de discursos insuficientes acerca de los valores, e imprescindible para resituar en un nuevo contexto socio-económico la vieja y ya clásica reflexión ética y moral sobre la solidaridad y la paz.
Valores, historia y cultura
Con frecuencia oímos hablar de “ausencia de valores de referencia y de modelos de identificación” o de “crisis de valores”. Quiénes así ven las cosas suelen acabar hablándonos de la desorientación de las nuevas generaciones y otras sutilezas por el estilo. Nuestro punto de vista ya es, de entrada, diferente.
El sistema de valores de una cultura es algo complejo; fruto, a la vez, de procesos históricos, de substratos culturales determinados y ritmos diversos de cambio social. Los valores, como otros elementos configuradores de la cultura, están sujetos a procesos de continuidad y cambio. Los valores son reflejo real de la evolución o estancamiento de una sociedad. En nuestros días la internacionalización de la vida económica, las nuevas y mutantes relaciones entre pueblos, la plena integración en la Unión Europea y el avance en la construcción de una mayor unidad comunitaria, la consolidación del pluralismo de las sociedades avanzadas, la pérdida del rol tradicional de la organización eclesiástica en las sociedades contemporáneas y tantos otros factores influyen en el incremento o pérdida de significación histórica y social específica de determinados valores e imponen una obligada atención hacia nuevas realidades y nuevos valores.
El proceso de cambio que hemos vivido y estamos viviendo en la sociedad catalana durante las últimas décadas, ha producido un cierto espejismo en muchas gentes. Han llegado a creer que estamos ante una grave ausencia de valores. No lo veo así. Vivimos, más bien, en una situación de emergencia de nuevos valores, de nuevas síntesis de valores. Sin embargo, la situación dominante es, en conjunto, aún de carácter tradicional. La denuncia se vuelve contra los nuevos profetas de calamidades que no hacen sino poner en evidencia las limitaciones y el estancamiento del modelo vigente en un contexto de cambio rápido y acelerado.
Los valores son realidades dinámicas, relativas al complejo cultural en que se dan y siempre expresión viva de la interacción presente entre los individuos, los grupos y las instituciones sociales en un momento dado y en un sociedad concreta. El hecho es que las concepciones éticas y morales tienen que abordar nuevos problemas y deben responder a nuevas realidades con nuevas formulaciones y valores. Sin embargo, el discurso de muchos educadores está anclado en un pasado desbordado por hechos nuevos e irreversibles, de carácter social y económico. El problema no es de las nuevas generaciones sino de las personas adultas. Hay que rechazar una visión estática de los valores por estar alejada del dinamismo de la vida social. En este punto “carcas” y “progres” se parecen más de lo que suele creerse. La pretendida permanencia de los valores, la imaginaria permanencia del sistema de valores de “siempre” (muchos se remontan unas décadas atrás), es un grave error y una dificultad añadida al proceso en que estamos sumidos de pleno.
Afirmar la historicidad de los valores y sus referentes culturales no lleva necesariamente, como algunos pretenden, a un relativismo moral radical. En todo caso plantea el problema de la fundamentación misma del sistema, de las opciones últimas que dan soporte a la filantropía o la alterofobia, como maneras de entender las relaciones entre los seres humanos. El tema puede resultar apasionante pero escapa, evidentemente, a la finalidad de este escrito. Baste recordar y mantener que los valores son realidades simbólicas históricas, relativas a las culturas en que se formulan y que están dotados del dinamismo de los hechos sociales. El problema no es de ausencia o crisis de valores, sino de concepción y planteamiento de la cuestión. Además, se trata de un tema relevante por la virtualidad y el potencial transformador, a medio y a largo plazo, que poseen referentes de las conductas sociales deseables.
Un elemento paradigmático
Para concretar más este conjunto de afirmaciones pondré un ejemplo que creo muy ilustrativo de lo que se viene diciendo. No es la primera vez que lo planteo.
En un contexto como el nuestro la competitividad es un valor importante. Todos los educadores debemos plantearnos la cuestión de cómo educar para vivir en una sociedad competitiva.
El hecho de la competitividad nos obliga a tener bien presentes las consecuencias de la globalización, de la internalización de la economía y de la influencia extraordinaria de los mercados en nuestra vida. El tiempo libre no escapa, tampoco, de las reglas del mercado y del consumo. Se impone, en el punto de partida mismo, un duro realismo: nada más contraproducente que esconder la cabeza bajo el ala o negar la existencia de un serio problema de consumismo en la actitud de muchos padres y madres cuando se acercan al esplai. Es posible afirmar un modelo social que considere la competitividad (“la rivalidad estimulante”, como la definía Delors) como un ejemplo positivo integrante de la sociedad en que vivimos. Los criterios de una economía social de mercado son compatibles con la consciencia de los límites del mercado, la aceptación del carácter instrumental y subordinado de la racionalidad económica, el protagonismo de los agentes sociales y el papel impulsor y dinamizador de las administraciones públicas. Competitividad, solidaridad y cooperación son tres valores que debemos saber combinar con lucidez.
Considero que estamos poco avezados aún a analizar las cosas desde esta perspectiva. En el mundo educativo, muy especialmente, hay una explicable resistencia a entrar en el tema. Nos hemos pasado la vida denostando el individualismo imperante, impulsando experiencias solidarias y fomentando unas relaciones sociales basadas en la paz y el respeto mutuo. Pero tenemos que preguntarnos si la versión radical del neoliberalismo es la única posible ante la nueva situación y si es legítimo el abandono ante lo que constituye un reto de primera magnitud.
Solidaridad y eficacia
En nombre de una educación pensada desde el valor del trabajo cooperativo y en equipo no puede olvidarse que la preparación de las nuevas generaciones pasa por la eficacia en el trabajo. Los recursos públicos invertidos en educación deben utilizarse con garantías de rentabilidad, es decir, buscando la calidad en la prestación de los servicios de utilidad pública que se financian. El éxito de las organizaciones y de las personas es una meta deseable. El hecho de rechazar una visión de la vida centrada en el éxito y la eficacia no justifica, en absoluto, que los valoremos como algo negativo o indeseable. Tenemos que ser capaces de señalar su valor relativo y de educar para asumir su presencia o su ausencia desde la dignidad y el respeto a los demás. Entiendo que uno de los retos educativos de hoy es el de hacer compatibles la rivalidad estimulante de que hablamos, con una vida formulada en términos de solidaridad y cooperación. Es posible vivir con dignidad en una sociedad competitiva como la nuestra, sin aceptar acríticamente la economía galopante que nos envuelve. La nueva sociedad civil que parece emerger en los últimos años (una sociedad fortalecida y autónoma) está exigiendo nuevas políticas sociales (alejadas del clientelismo partidario) y una nueva visión de los valores considerados fundamentales.
No es suficiente hablar de solidaridad, corresponsabilidad o espíritu crítico, por necesario que ello siga siendo hoy. Además se impone educar para gozar de la vida y de la naturaleza, del ocio y del trabajo; educar en el esfuerzo personal y colectivo y en el afán de superación; en la realización cuidadosa de las tareas; en la puntualidad y la responsabilidad. La creatividad, la capacidad de realizar actividades de manera coordinada y autónoma para lograr objetivos, la capacidad de relación con los demás y la afabilidad en la comunicación con otros, así como otros tantos valores, son indicadores de competitividad a los que ningún agente de socialización (escuela, familia, esplai, etc.) puede tomarse el lujo de ser ajeno.
La consideración de indicadores de competitividad como los señalados es plenamente compatible con la más firme defensa de un estilo de vida presidido por la búsqueda de la solidaridad y la justicia en las relaciones sociales. Nada tiene que ver con la idea neoliberal, ni con las relaciones sociales. Nada tiene que ver con la idea neoliberal, ni con las viejas concepciones “rousonianas”, ni con humanismos abstractos y bobalicones. Añadiría que, en muchos de los valores que hemos englobado con el término competitividad, el esplai puede tener un protagonismo destacado y, quizás, mucho mayor que la institución escolar.
Priorizar la educación cívica
En las tres últimas décadas el movimiento asociativo ha vivido etapas muy diferentes entre sí, pasando del franquismo a la normalidad democrática por una larga transición, que ha dejado una situación a analizar con cuidado y perspectiva de futuro. La atomización y la dispersión existente en el sector son una de las características del asociacionismo civil del esplai. Si le unimos la ausencia de canales institucionales normalizados de relación con las administraciones públicas y el distanciamiento que el hecho conlleva, habremos descrito dos de los problemas esenciales del momento.
No se trata de limitar el protagonismo legítimo de nadie: el pluralismo es un elemento importante del modelo en el que operamos. Sin embargo, quizás ha llegado el momento de sugerir una mejora del diálogo y de la comunicación entre las asociaciones infantiles y juveniles del tiempo libre. Las épocas de la “suplencia” parecen ya haber pasado. Hoy los espacios y las funciones de cada uno están definidos con mayor precisión. Por ello podría creerse oportuno elaborar estrategias a medio y largo plazo, con los instrumentos adecuados, que permitan una mayor articulación y fortalecimiento del tejido asociativo existente o a potenciarlo, a partir siempre de realidades sociales de bases sólidas. Las preguntas son insoslayables: ¿seremos capaces de impulsar realidades nuevas en esta dirección y de consolidarlas?, ¿qué redes inter-asociativas deberán impulsarse?, ¿cómo lograr institucionalizar sus relaciones con las administraciones públicas?.
La orientación estratégica de las asociaciones puede ser un lugar común y de encuentro. Me hago, al respecto, algunas preguntas que expreso a continuación:
– ¿Qué experiencias se realizan en el campo del tiempo libre que integran, a la vez y en una síntesis operativa, la sensibilización por los problemas sociales, la estima y el conocimiento propio del país y las cuestiones nuevas emergentes (solidaridad y cooperación con el “tercer ” o “cuarto” mundo, interculturalidad, promoción de la mujer)?; ¿Cómo potenciar ese trabajo y cómo compartir experiencias entre grupos plurales, afines y que compartan una concepción homologable del papel del asociacionismo?.
– ¿Qué pedagogía de la acción social estamos sosteniendo para suscitar el interés por los asuntos colectivos y los intereses generales?. O, lo que vendría a ser lo mismo, ¿cómo combinamos la dimensión “pre-política” del asociacionismo con el respeto al pluralismo político que se supone en asociaciones independientes como las del esplai (dimensión “post-política” de los movimientos sociales)?.
Sería de lamentar que, en momentos como el presente, olvidásemos las cuestiones globales de la educación cívica. Un aspecto tan relevante en los años 70-80 y que tantos frutos llegó a dar, podría ser olvidado en el presente. La educación de ciudadanos libres, autónomos y responsables, con capacidad de crítica y de compromiso, con ilusión por los intereses colectivos, es hoy una prioridad educativa y un reto de primer orden. Y lo es para la escuela, para la familia, para el esplai y para los medios de comunicación.
El predominio de las cuestiones microsociales no puede hacernos bajar la guardia en la promoción de una Catalunya solidaria, abierta; que se afirme serenamente como una realidad con voluntad de ser y persistir; con capacidad de integrar, en una identidad colectiva compleja y compartida, elementos exógenos de otras culturas. Es más, el individualismo dominante puede llegar a ser un excelente punto de partida si sabemos volverlo a formular en términos de valoración de las personas y de la alteridad que ese concepto conlleva. Es cuestión de ir ganando globalidad y amplitud social a partir de las personas y sus interacciones sociales. La única manera de superar el individualismo imperante es partiendo del hecho personal y de la necesaria y progresiva proyección de la persona hacia los demás. Nos falta explicitar una pedagogía de la acción social que nos permita educar en la solidaridad a partir de la experiencia de los individuos y de sus relaciones sociales. Si buscas pulsera. Hay algo que se adapta a cada look, desde ajustado al cuerpo hasta estructurado, desde puños hasta cadenas y puños.
La tarea de la educación en valores también exige, en los educadores y en las entidades, coherencia y credibilidad. La coherencia entre lo que se dice y lo que se hace, entre el modelo y la organización, hace creíbles los valores que “mostramos” a quienes se dirige la acción educadora que se realiza. Nuestra responsabilidad acaba aquí mismo. No debemos ahorrar a las generaciones que nos siguen la tarea de hacer suyos, o no, unos u otros valores. Tampoco podremos reformular por ellos nuevas síntesis de valores que les ayuden a vivir en una sociedad que adivinamos bien diferente de la nuestra. No podemos pretender privarles de una de las más nobles tareas de la persona, que cada generación debe realizar por sí misma: dar y encontrar sentido a lo que hacen y viven cada día. Debemos, eso sí, mostrarles cómo lo hemos hecho nosotros con su colaboración y participación.
Un proyecto educativo renovado y explícito
Hace bien poco tiempo planteaba muchas de estas cuestiones a responsables y monitores del esplai. Entiendo, como he dicho, que se impone una revisión y profundización en la pedagogía de la acción social desarrollada en el tiempo libre para adecuarla a los retos que tenemos delante. Pero se nos presentan, como acuciantes, otras cuestiones más:
– ¿Cómo articular el trabajo conjunto de profesionales y voluntarios en los esplais?.
– ¿Qué pedagogía de movimientos se diseñan para potenciar el sector y transmitir a las nuevas generaciones de monitores la memoria histórica y las experiencias vividas por los actuales responsables y gestores de los movimientos?.
– ¿Nos ha llegado ya el momento de impulsar un serio debate social y político sobre el papel del asociacionismo en el tiempo libre y sobre su futuro en la sociedad?. Habría que vincular a sindicatos y partidos a este debate.
Estamos en una situación que requiere una reflexión plural y profunda. La reordenación del trabajo y el peso creciente del tiempo libre así parecen indicarlo. En el debate que se sugiere, deben abordarse temas muy diversos: desde el espacio de los distintos agentes de socialización y su necesaria complementación, hasta las relaciones entre esplai y política y los caminos de institucionalización del diálogo esplai-administraciones. No podemos responder a nuevas cuestiones con viejas estructuras o planteamientos de hace más de un lustro. Los caminos que deban seguirse los próximos años requerirán un mínimo consenso social y político. El proyecto educativo y pedagógico debe estar en el centro mismo del debate, puesto que es lo que justifica y motiva esta iniciativa.
Ha llegado el momento de potenciar y reforzar el asociacionismo en el tiempo libre haciendo frente a la tradicional dispersión y atomización del sector. Si no yerro en el análisis, podríamos encontrarnos ante la emergencia de una nueva realidad educativa en el tiempo libre. Si las entidades no se enquilosan ni se burocratizan y, por el contrario, son capaces de dinamizar nuevos proyectos pedagógicos desde una concepción de la educación en el tiempo libre que esté centrada en el servicio a los derechos de la infancia, podríamos encontrarnos ante una realidad nueva y esperanzadora. Sólo desde la fuerza de un proyecto claro y compartido por los agentes sociales del entorno del esplai puede pensarse en dar nuevos pasos ante las administraciones y acabar con “la acomodación distante” que, en opinión de los expertos, caracteriza las relaciones con el estado y las administraciones.
El futuro no está en el espíritu de secta, ni en las relaciones de dependencia clientelar respecto a los políticos o los gobiernos. Tampoco en el aislamiento de los grupos y las asociaciones nacidas de la realidad social y de la iniciativa libre de los ciudadanos. Invito a pensar en el tema y dejo a los protagonistas directos el interrogante principal: ¿Es ya el momento de dar nuevos pasos adelante?.
Salvador Carrasco Calvo
Profesor de Sociología
Universidad de Barcelona (U.B.)