Hablar del patrimonio natural y de la diversidad biológica en y desde una comarca tan intensamente humanizada como el Baix Llobregat puede necesitar una breve justificación previa que aclare los términos. A menudo se interpreta el patrimonio natural desde una concepción monumental, basada en la singularidad propia de los espacios vírgenes. Esta visión es claramente inaplicable al caso de la comarca del Baix Llobregat, donde los espacios más valiosos ecológicamente son áreas de dimensiones reducidas, profundamente transformadas por la actividad humana y donde el resto de los espacios acogen comunidades biológicas interesantes sólo a escala local y comarcal. Para acabarlo de complicar, en muchos otros casos, los valores naturales no son actuales sino potenciales. Ello no es particularmente sorprendente si tenemos presente la fuerte transformación a que ha sido sometida la mayor parte del territorio.
Por tanto, como era de esperar, no encontraremos ningún Yellowstone ni ningún Serengeti en el Baix Llobregat. Nuestro patrimonio natural tiene cuatro espacios emblemáticos: Montserrat, Garraf, Collserola y, sobre todo, el Delta del Llobregat, el único enteramente ubicado en el territorio administrativo de la comarca. El resto de los espacios, los más abundantes y a menudo despreciados, corresponden a hábitats en grados diversos de fragmentación, degradación y empobrecimiento por la acción humana. Pero son estos mismos espacios los más abundantes y extendidos, los que forman una red casi continua que une los espacios más valiosos y los que en conjunto son una garantía para la conservación de la diversidad biológica de la comarca. Además, sus potencialidades lúdicas están aún por descubrir.
Conservar el patrimonio natural del Baix Llobregat a finales del siglo XX implica, visto todo ello, no sólo proteger los escasos espacios naturales que hemos conservado, sino, sobre todo, asumir la regeneración de los omnipresentes hábitats degradados y asignar los medios adecuados para permitir un uso selectivo, racional y sostenible del territorio por parte de la población.
Patrimonio natural y espacioso libres
Para empezar, la primera duda que nos asalta es el alcance mismo del concepto de patrimonio natural. En nuestro contexto, la tenue frontera entre el espacio “natural” y el espacio “humanizado” se desdibuja con frecuencia y cada vez toma cuerpo con más consistencia la interpretación más globalizadora de espacio “libre”. De acuerdo con esta visión, son espacios libres “aquellos espacios no urbanizados que se pueden convertir en reservorio natural de cualquier tipo y categoría, independientemente del estado de conservación en que se encuentren, siempre que la degradación sea reversible” (Ros 1992). Por tanto, en nuestro caso concreto, por ejemplo, son espacios libres bajo este concepto las zonas agrícolas del Delta del Llobregat, el dominio público hidráulico asociado al río Llobregat, los espacios marginales intersticiales (taludes, bucles, enlaces) de las vías de comunicación, las zonas verdes urbanas y periurbanas, los humedales litorales, las playas, los bosques y arboledas (sea cual sea su uso), los yermos, y un largo etcétera.
El concepto que subyace tras esta definición es realmente novedoso, ya que en definitiva implica que los espacios naturales no han de ser definidos en negativo con la tradicional etiqueta de no urbanizables, sino en positivo, con entidad propia, con una vocación definida y clara. Esto, en el caso más favorable, podría llegar a representar un argumento contra las frecuentes recalificaciones urbanísticas, que nacen de la idea subyacente en la visión tradicional que no urbanizable, en el fondo, equivale a disponible. De hecho, los mismos conceptos de desarrollo y saneamiento como sinónimos de urbanización y transformación productiva nos indican que existe aún una convención social ampliamente extendida en el sentido de considerar que “un terreno con su vegetación natural tiene un valor intrínseco menor para la sociedad” (Dickinson 1995).
No obstante, los esfuerzos de planificación territorial desarrollados hasta ahora en el ámbito del medio natural por la administración (por ejemplo el Pla d’Espais d’Interès Natural de Catalunya) siguen en la línea tradicional de conservar los espacios naturales como elementos aislados y segregados en razón de la singularidad de sus valores ecológicos, enfoque claramente insuficiente en un entorno metropolitano y periurbano como el de nuestra comarca.
Ello nos lleva a intentar definir cuáles han de ser las funciones que han de cumplir los espacios libres que puedan compensar algunos déficits de los núcleos urbanos adyacentes. Este razonamiento puede ser la clave de todo el proceso de revalorización de estos espacios y el sustento de una cierta visión utilitaria que permita huir del concepto algo vacío de no urbanizable. No se trata de intentar encontrar una utilidad concreta hasta para el último espacio marginal de un enlace viario, sino de interpretar las potencialidades que se derivan de su existencia y del papel que juegan, en sí mismos y en relación con su contexto particular.
Los ecólogos nos dicen que estas funciones se pueden sintetizar en cuatro grandes epígrafes (Ros 1992): como sistemas naturales, como paisaje, como reservorio de recursos naturales y como áreas recreativas. Cada espacio libre manifiesta aptitudes para desarrollar prioritariamente una de estas funciones.
* Como sistemas naturales, los espacios libres son hábitats de flora y fauna autóctonas, evitan la erosión, son fuente de diversidad y de equilibrio de su entorno; a una escala local, las masas de vegetación que a menudo los integran producen oxígeno, regulan el dióxido de carbono, permiten la ventilación y compensan los desequilibrios climáticos de los núcleos urbanos.
* Como reservorio de recursos naturales, los espacios libres proveen alimentos, agua, aire limpio, madera, materiales geológicos y vegetales, suelo etc.
* Como paisaje, los espacios naturales ofrecen reposo psicológico y un marco para el ocio.
* Como áreas recreativas, responden a las necesidades cotidianas de la población. Su funcionalidad depende de su situación espacial, de su paisaje y de sus potencialidades para el tiempo libre y el deporte.
Por tanto, retomando la pregunta inicial de qué es el patrimonio natural, la respuesta tendría que adquirir necesariamente tintes de globalidad y de generalización. En nuestro contexto, el concepto de patrimonio natural se tendría que basar tanto en la realidad como en la potencialidad. En definitiva, conceptualmente, el patrimonio natural estaría integrado por todos aquellos espacios libres capaces de satisfacer alguna de las funciones previamente definidas, independientemente del grado de naturalidad que muestren.
Estableciendo un símil con el patrimonio cultural, arquitectónico o histórico, a menudo se ha tenido tendencia a considerar sólo los grandes edificios públicos, religiosos o laicos como integrantes de este patrimonio. Las muestras de la cotidianidad de las clases populares de esos períodos históricos desaparecen menospreciadas por esta visión elitista que acaba siendo incapaz de explicar la realidad que intenta describir sólo a golpe de catedrales y palacios.
Evidentemente, hemos de conservar las “catedrales” del patrimonio natural, pero ello no es suficiente para garantizar la supervivencia del principal valor subyacente a este patrimonio, que lo explica y le da valor: la diversidad biológica.
En general, la transformación humana de los sistemas naturales se expresa en una simplificación de las comunidades naturales existentes, ya que las especies oportunistas y generalistas, capaces de adaptarse a las nuevas condiciones y de aprovechar la nueva situación, desplazan a las más sensibles y especializadas, dependientes de unos recursos muy particulares que desaparecen con la transformación. El resultado es un empobrecimiento de la diversidad biológica, caracterizada por una banalización y uniformización de las comunidades naturales a causa de la predominancia de unas pocas especies cada vez más cosmopolitas y ubicuas como consecuencia de la generalización a escala planetaria de las mismas transformaciones.
No resulta sorprendente encontrar similitudes entre este proceso y otros identificados en el campo de la sociología, la economía etc. La globalización de la cultura y del sistema económico dominantes en nuestro planeta tienen efectos similares sobre las culturas minoritarias y los sistemas de vida tradicionales. Nosotros mismos como especie experimentamos este proceso de uniformización que conlleva un empobrecimiento cultural remarcable y una pérdida de diversidad prácticamente imposible de contrarrestar.
¿Cómo conservar la diversidadx biológica?
Garantizar la preservación efectiva de la biodiversidad no es una tarea simple. Tampoco lo es su cuantificación, inventario y valorización. De todos modos, es una de las prioridades que intentan satisfacer las políticas ambientales a todos los niveles desde los pronunciamientos de la Cumbre de la Tierra de Río de Janeiro en 1992. No sirve considerar los espacios naturales como islas desvinculadas entre ellas, rodeadas de un entorno agresivo. Es imprescindible tener presente el principio de la conexión entre los espacios y diseñar una red con bloques protegidos suficientemente grandes como para representar una porción significativa de la biodiversidad global e interconectados mediante corredores biológicos suficientemente amplios como para garantizar la dispersión de las especies y la viabilidad de las poblaciones.
Además, el problema de encontrar la escala geográfica adecuada para abordar esta cuestión es significativo. Muy a menudo, las declaraciones formuladas protocolariamente a nivel de países o regiones se desvanecen rápidamente cuando la escala del debate se acerca a la realidad, a lo cotidiano. La unanimidad sobre la necesidad de conservar la biodiversidad global de la Tierra como una garantía para nuestra propia supervivencia como especie, dejando aparte otras consideraciones éticas más elevadas, desaparece cuando hablamos en términos de aquí y ahora. Entonces lo “sensato” desde la lógica del desarrollo económico tradicional, con pretensiones de duración indefinida, se impone y se justifican las transformaciones territoriales que hagan falta, aunque la factura del coste que representan para la diversidad biológica esté por encima de nuestras posibilidades. El mismo razonamiento se puede aplicar a otras cuestiones ambientales globales, como el efecto invernadero causado por las emisiones a la atmósfera de nuestra industria y nuestros transportes. Los estados pactan tímidas reducciones en las emisiones globales pero luego no las traducen a la hora de establecer políticas industriales o de fomentar desarrollos urbanísticos basados en el uso del transporte privado.
Por tanto, la batalla real para conservar la diversidad biológica está centrada en la escala local, en lo inmediato y más cotidiano. Aquí es donde adquieren una relevancia enorme las condiciones particulares de cada entorno concreto. En el caso del Baix Llobregat, como comarca inmersa en una dinámica de dependencia total respecto a la realidad metropolitana donde se encuentra ubicada y como ejemplo de escenario donde las transformaciones humanas se aceleran exponencialmente de acuerdo con esta lógica, las estrategias de conservación de la biodiversidad se han de adecuar a esta realidad a menudo hostil, cambiante y sumamente compleja.
Muchos autores han teorizado sobre la definición de estas estrategias de carácter regional y nacional. Algo menos se ha escrito sobre la aplicación a nivel local de estos principios. De todas formas, sí que es bien conocido que, por ejemplo, los procesos que causan la fragmentación y el aislamiento de los hábitats naturales son la primera causa de la pérdida de diversidad biológica en los países industrializados (Mallarach 1996). Esta afección a la conectividad sí que se expresa a menudo, a nivel local, a través de la suma de pequeñas decisiones de alcance territorial limitado. La conectividad está directamente vinculada a la viabilidad y a la sostenibilidad y mantiene relaciones estrechas con la fragilidad y la dimensión de los espacios naturales.
El caso del Baix Llobregat
El Baix Llobregat representa, con sus 486 km2, el 1’5% de la superficie de Catalunya y acoge al 10% de la población. Es una comarca con una elevada proporción de superficies artificializadas (el 19’8% del total en 1992), en contraste con el 3’5% de Catalunya (Atles comarcal del Baix Llobregat, 1995). De las superficies artificiales destacan en primer lugar las zonas urbanas de baja intensidad, las urbanizaciones, con un 6’4% del total, seguidas por las zonas industriales y comerciales (5’5%), los núcleos urbanos (5’3%) y las infraestructuras viarias y de comunicaciones (2’6%).
Las zonas agrícolas representan un porcentaje de superficie poco inferior a la artificializada (16’2% del total) a pesar de la expansión urbana e industrial de la comarca. Comparando esta cifra con la del resto de Catalunya (34’4%) se evidencia el carácter altamente urbanizado de nuestra comarca. Los cultivos herbáceos de regadío son los más abundantes (8’6%), seguidos por los frutales de secano (2’9%), los de regadío (1’6%), los cultivos herbáceos de secano (1’6%) y la viña (1’6%).
Las áreas de vegetación natural ocupan el 57’7% de la superficie comarcal (el 56’4% en Catalunya). La formación vegetal más extendida son las comunidades arbustivas y los prados (31’2%), seguida por los bosques de aciculifolios (23’4%) y de esclerófilos (1’8%) y la vegetación de zonas húmedas (1’2%).
Los terrenos con vegetación escasa o nula, dedicados a actividades extractivas, o muy degradados son el 5’8% del total.
Desde el punto de vista de los espacios naturales más significativos, en el Baix Llobregat hay cinco áreas incluidas en el PEIN, Plan de Espacios de Interés Natural de Catalunya (Departament de Medi Ambient, 1997): el macizo del Garraf, las montañas de l’Ordal, Montserrat, la sierra de Collserola y el delta del Llobregat. De todos ellos, como se ha dicho, sólo el Delta se encuentra totalmente ubicado dentro de la comarca. En total representan 10.397 hectáreas sometidas a la protección básica de todos los espacios PEIN, que significa fundamentalmente su declaración como suelo no urbanizable. Son espacios de dimensiones variables, desde las 10.001 hectáreas del macizo del Garraf o las 7.627 hectáreas de la sierra de Collserola hasta las 528 hectáreas del delta del Llobregat. Montserrat y las montañas de l’Ordal tienen superficies similares, 3.992 y 3.952 hectáreas, respectivamente. Las figuras de protección que poseen son también heterogéneas, desde parques naturales promovidos por la Diputación de Barcelona en el caso del macizo del Garraf o por la Generalitat en el caso de Montserrat hasta reservas naturales parciales decretadas por la Generalitat en el caso del delta del Llobregat, pasando por parques metropolitanos impulsados por la Mancomunitat de municipios del área metropolitana de Barcelona en el caso de la sierra de Collserola. Las montañas de l’Ordal, por su parte, carecen de figura alguna de protección específica.
Una estrategia local para la conservación de la biodiversidad planteada -permítase que el autor barra para casa- desde un municipio como El Prat de Llobregat, inmerso en su totalidad en el delta del río Llobregat, que sintetiza y sublima las características de transformación territorial intensa y de supeditación directa a las necesidades expansivas de las infraestructuras metropolitanas que hemos visto que definían a la comarca del Baix Llobregat, tendría que partir de una diagnosis lo más completa posible de la biodiversidad del municipio. Catalogar, cuantificar y cartografiar la biodiversidad, procesos para los cuales técnicas como los sistemas de información geográfica son una herramienta muy útil, son pasos previos imprescindibles. De esta investigación aplicada se derivan algunas consecuencias significativas. Entre ellas, la determinación de las extinciones conocidas en un lapso de tiempo determinado, para apreciar las tendencias particulares de cada grupo taxonómico e identificar las especies o preferiblemente las comunidades más necesitadas de medidas de protección, recuperación o incluso -cuando la extinción ha sido completa- reintroducción. Para muchas especies se tendrían que realizar, por tanto, propuestas concretas de gestión mientras que para otras muchas probablemente sea demasiado tarde.
Una estrategia local como la descrita habría de incidir como mínimo en cinco ámbitos diferentes: los espacios naturales, la zona agrícola, el verde urbano, la red hídrica y los espacios marginales.
Los humedales deltaicos
En el primer caso, por lo que respecta a los humedales deltaicos ubicados a lo largo del litoral y a las comunidades asociadas (arenales y pinedas secundarias), los instrumentos de planificación derivados de las figuras de protección existentes -singularmente el Plan de Espacios de Interés Natural- deberían servir para proteger las comunidades naturales, a pesar de que la voracidad territorial de las infraestructuras metropolitanas situadas en sus cercanías parece inevitable que imponga nuevas servitudes y afecciones territoriales directas de envergadura. En referencia al río Llobregat, dadas las características de degradación extrema que padece, todas las opciones pasan por la recuperación de sus potencialidades ecológicas como consecuencia de las compensaciones que se exigen a las transformaciones territoriales derivadas de las infraestructuras que se han planificado en el delta del Llobregat. En el término municipal del Prat, se pueden distinguir tres tramos según la responsabilidad de las actuaciones previstas: aguas arriba del puente de la autovía de Castelldefels se ha previsto una reexcavación de un cauce de aguas bajas acompañada de una revegetación como obra complementaria a la Pata Sur; entre la autovía y el puente de Mercabarna, delante de la ciudad del Prat se propone un cambio de la sección hidráulica del río para garantizar su drenaje coherentemente con el resto de los tramos (hasta 4000 m3/s) y para permitir su uso como parque fluvial; finalmente, entre el puente de Mercabarna y el mar, el río se ha previsto que sea desviado 2’5 Km. hacia el sur para permitir el crecimiento del Puerto de Barcelona y su zona de actividades logísticas aneja mediante un diseño asimétrico que permita el apantallamiento de los usos industriales del futuro margen izquierdo y la creación de hábitats naturales integrados en los espacios naturales que invade la nueva traza en su margen derecho. No hay que olvidar que, a nivel territorial global, el río Llobregat y sus afluentes supone una posibilidad real de garantizar la conectividad biológica entre algunos de los espacios protegidos de la comarca del Baix Llobregat. Su función como corredor biológico resulta, según todos los puntos de vista, bastante obvia, y es una de las características ecológicas de todos los cursos fluviales (Binford & Buchenau 1993).
La zona agrícola
Respecto a la zona agrícola, su papel dual como sistema productivo y como espacio libre en relación física directa con los espacios naturales, a los que aporta caudales de agua y espacio trófico para la fauna, crea una situación compleja, necesitada de soluciones imaginativas. La constitución del Parque Agrario del Baix Llobregat puede aportar en el Prat soluciones concretas a esta coexistencia imprescindible. Coexistencia, por otra parte, no exenta de problemas (Departamento de Medio Natural, Ajuntament del Prat 1995). Los cultivos son utilizados como áreas de alimentación complementarias y como áreas de reposo por una buena parte de las comunidades faunísticas de las zonas húmedas, hecho que crea problemas de pérdidas en las cosechas en determinados momentos. A la vez, las aguas de drenaje de los cultivos, cargadas de fertilizantes y pesticidas, van a parar a las lagunas litorales, que actúan como sumideros, creando problemas de eutrofización de sus aguas y reducción de los poblamientos de macrófitos, con la consiguiente pérdida de diversidad biológica de estos sistemas.
La potenciación a gran escala, a través de la incentivación económica planificada, de prácticas agrícolas tradicionales en el Delta como la inundación temporal de los campos para combatir la salinidad del terreno, con efectos muy positivos sobre la conservación de la biodiversidad, puede ser un ejemplo de medida concreta de integración de las zonas agrícolas en la periferia de los espacios naturales protegidos. El asesoramiento sobre los productos fitosanitarios y su metodología de aplicación más racional puede reducir el problema de la escorrentía agrícola en las lagunas, del mismo modo que la construcción de filtros biológicos con vegetación acuática para tratar tanto las aguas de origen agrícola como los caudales de aguas pluviales urbanas y periurbanas pueden ser medidas adecuadas para reducir la eutrofia generalizada. Otras medidas paisajísticas que pueden ayudar a la conservación de la biodiversidad a través de la potenciación de la conectividad son el fomento de los setos y las alineaciones arbóreas en los márgenes de caminos, canales y explotaciones.
El verde urbano
Por su parte, el verde urbano (público y privado) necesitaría de estrategias particulares que consideraran la conservación de la biodiversidad como uno de los objetivos a satisfacer, además de los más habituales de carácter utilitario. Criterios como el mantenimiento de la conectividad biológica a través del núcleo urbano se habrían de tener en cuenta en el momento de diseñar nuevos espacios y de formular propuestas para la corrección de déficits y errores previos. Otras opciones imaginativas para incentivar el mantenimiento del verde privado por su contribución significativa a la biodiversidad en el entorno urbano deberían ser exploradas. O, por ejemplo, prácticas como la verdación urbana en edificios públicos podrían ser ensayadas.
La red hídrica
La red hídrica del término municipal del Prat constituida por canales de riego y de drenaje agrícola, pluviales agrícolas y urbanos, como la del resto del Delta, supone un sistema muy complejo y extenso con una doble función ecológica, además de sus funciones utilitarias primarias: como hábitat acuático y como corredor biológico que comunica muchos espacios entre sí y que tiene una importancia capital en la dispersión y en la conservación de muchas especies. A una escala territorial amplia, la red de drenaje (básicamente rieras y corredoras) conecta los espacios naturales litorales del Delta con el entorno montañoso inmediato (Garraf, sierra de Miramar etc.). La introducción de criterios ambientales en el diseño y la gestión de esta red (establecimiento de secciones adecuadas de los canales, realización de plantaciones en los márgenes, establecimiento de zonas de laminación de caudales y de filtros biológicos para mejorar la calidad de las aguas, definición de protocolos de mantenimiento compatibles) supondría profundizar en el desarrollo de la potencialidad positiva teórica para la biodiversidad global del territorio que sin duda ostenta, sin que ello supusiera menoscabo alguno de sus funciones primarias.
Los espacios marginales
Por último, los espacios marginales, tanto los asociados a las infraestructuras lineales como los espacios sometidos a degradación por su posición en la periferia de las zonas urbanas o industriales constituyen un reservorio de suelo potencialmente útil para garantizar la conservación de la diversidad biológica (Anderson 1993). A menudo no tienen un uso claramente asignado o bien no cumplen el uso que se había previsto para ellos y acaban convirtiéndose en espacios donde se acumulan actividades irregulares, en general de efectos paisajísticos y ambientales negativos. La propuesta que habría de hacer esta estrategia local sería reivindicar estos espacios, hasta donde fuera posible, para destinarlos a la conservación de la biodiversidad, una función con una significación territorial relevante. En definitiva, ello representa valorizar los espacios marginales, coherentemente con la escasez de espacios libres que padece nuestro entorno, para regenerar en ellos pequeñas o grandes muestras de comunidades naturales, continuas o discontinuas. Hemos visto antes que sólo las infraestructuras viarias y de comunicaciones representan el 2’6% de la superficie del Baix Llobregat. Esto implica que existe una superficie asociada a estas infraestructuras destinada a bucles, enlaces, taludes etc., cuantificable en muchas hectáreas, a menudo dedicada como máximo a un ajardinamiento precario con especies vegetales exóticas, que permitiría establecer corredores lineales de hábitat en entornos donde no quedan más alternativas para restaurar la conectividad biológica o cualquier atisbo de naturalidad en el paisaje. Por ejemplo, en nuestro contexto, muchos problemas puntuales de drenaje de infraestructuras pueden ser, en realidad, oportunidades para establecer humedales temporales o semipermanentes de tamaño pequeño o mediano pero valiosísimos, si se diseñan correctamente, para la flora o la fauna. O bien, muchos enlaces o terraplenes de escasa pendiente son capaces de albergar formaciones arbustivas o arbóreas de ribera que constituyen un hábitat que ha desaparecido prácticamente en el Delta. Otros taludes con más inclinación pueden acoger comunidades herbáceas poco frecuentes en nuestro entorno y muy atractivas para la entomofauna.
Una correcta identificación de las potencialidades de cada lugar concreto puede dar las claves de las opciones más adecuadas en cada caso. Es importante mantener una visión a la escala adecuada para intentar aprovechar al máximo las oportunidades que brindan estos espacios marginales para restablecer la conectividad que eliminan las mismas infraestructuras lineales a las cuales a menudo acompañan.
Esta hipotética estrategia local de conservación de la biodiversidad del Prat de Llobregat sobre la cual estamos reflexionando tendría, por tanto, una característica imprescindible: la flexibilidad. A las medidas preventivas y proactivas de conservación se debería añadir el aprovechamiento de las opciones de compensación de los impactos que las actuaciones transformadoras del territorio provocan. De todas formas, en todo el proceso es básico, como resulta obvio, el conocimiento detallado y exhaustivo de la distribución territorial de la diversidad biológica, de los procesos ecológicos que la sustentan y de las amenazas que padece.
Epílogo
La biodiversidad ha sido definida por algunos autores, de una forma rayana en la poesía, como la frágil riqueza de un mosaico complejo, con la paradoja añadida que la mayoría de la biodiversidad se encuentra fuera de los espacios protegidos, en sistemas naturales o seminaturales y en sistemas dominados en grados diversos por la intervención humana, que en nuestro contexto son mayoritarios (Celeccia 1995).
Las áreas periurbanas y urbanas, a su vez, acogen una diversidad de especies asombrosamente elevada, a causa de la existencia de muchos microhábitats en un espacio reducido y a la disponibilidad de diversas fuentes de alimento (McNeely 1995).
La dificultad de materializar el diseño de las áreas periféricas de las ciudades en áreas metropolitanas como la nuestra viene determinada por el crecimiento urbano caótico y por la consiguiente necesidad de organizar los espacios vacíos resultantes. La conservación de la biodiversidad en estos ambientes requiere un modelo de planeamiento integrado, multidisciplinario desde su origen; propuestas alternativas de uso, organización y gestión del territorio y de los recursos naturales así como de políticas de conservación que incluyan la participación de los ciudadanos en su diseño.
La gestión con una mentalidad ecológicamente sensible de las interrelaciones entre el espacio urbano y el entorno rural y natural contribuye directamente no sólo a la conservación de la biodiversidad sino también de forma fundamental al incremento de la calidad de vida de sus habitantes, hecho que la hace aún más prioritaria.
Pau Esteban
Biólogo
Bibliografía
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